ActualidadEditorial
El Machirulo. La Deconstrucción y la Búsqueda de Tolerancia.
La reciente muerte de Cacho Castaña trajo aparejado en la opinión publica un viejo debate ¿Redime a las personas la desaparición en este plano de la tierra? ¿Debemos recordar con respeto aun dejando de lado lo que la persona hizo o dijo? ¿Es justo que el repudio continúe aun después de la vida? ¿Aplica lo mismo para un asesino que para un machirulo por caso?
Lo cierto es que en esta oportunidad la disputa se origina acaso por un detalle: fueron los dichos de Castaña lo que, para un sector, bastaron para argumentar que no merecía un homenaje acorde, sino el desprecio quizás.
Vivimos en tiempos complejos. De cambios, de transformación. De reconstrucción. Por eso el debate amerita medirlos desde diferentes ópticas. En cualquier extremo que nos situemos puede ser peligroso para mirar con claridad el panorama.
El caso de Castaña sienta un antecedente que pocas veces se dio hasta el momento, pero que promete repetirse, indudablemente, en los tiempos que se avecinan. Hasta este punto de la historia los ejemplos que sucintaban este tipo de división en la opinión pública, estaban encapsulados en actores mas sanguinarios, psicóticos sociales que llegaron alto.
Digo, hasta el momento la sociedad podía ver la vejez de un dictador y llegada la muerte entonces preguntarse ¿Merece el perdón o el respeto alguien que hizo destrozos con la vida del otro?.
Acá, en el ahora, la situación tiene otro matices. Estamos en la víspera de la llegada a la vejez avanzada de una generación que lleva consigo el “pensamiento del patriarcado”. Si bien en su mayoría puede pensarse que esto alude al género masculino, vale decir que también se trata de mujeres.
Personas que desde su crianza vivieron bajo un paradigma social que hace apenas un puñado de años esta modificándose. Pocos, muy pocos, con mayor vehemencia. Seres que a lo largo de su vida se reían de chistes que hoy no causan risa. Seres que comentaban con una liviandad, que hoy asombra y mañana seguro más, situaciones grotescas y denigrantes. Urgidos en una “normalidad” impuesta por el peso de una cultura que los “bombardeo” desde pequeños.
Entonces sucede que cuando esos personajes son públicos llevan consigo el peso de sus palabras, de sus dichos. Cargan con la cruz de no poder llegar a descontruirse a la velocidad que las nuevas generaciones esperan. Se enciende una cámara y cuentan, graciosos, el día que se “comieron un trava” o como “la jermu debería estar limpiando mientras él se cogía a la mucama”.
Y acá entonces debería prenderse una luz amarilla. Una alarma. Porque es en este punto donde se abren dos aristas que deberíamos contemplar. Por un lado, es preciso que aquel que tenga la posibilidad de comunicar a grandes masas entienda y procese el momento socio cultural en el que vivimos. Que amortigüe su descontruccion lenta con, quizás, mesura o precaución en la palabra.
Pero acaso del otro lado de la vereda es necesario la tolerancia. No el apoyo, pero si la comprensión. Comprometerse a entender la complejidad que implica para una persona mayor de 35/40 años el proceso de reacomodar los pensamientos. La dificultad que implica llevar casi la mitad de una vida riéndose del chiste del “campesino y el supositorio” y de una día para el otro, evitar la risa natural.
En esa comprensión, creo, debe acomodarse el caso Castaña. Se repudia claro está la nefasta frase de “relajate y goza”, pero también es necesario no exagerar el repudio. Condenar la frase, claro, pero tampoco obviar la trayectoria de un artista.
Entra aquí también el caso de sus canciones si se quiere. “Si te encuentro con otro te mato”, es tan miserable con el “casi la mato, Sr. Juez” de los Chakales en los ´90 y tan detestable como “Estoy enamorado de cuatro babies. Siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone pero” actual de Maluma que seguro se baila cuando suena. ¿Que diferencia las cabe? Tal vez Castaña pueda tener otras 300 composiciones propias que puedan salir en defensa de uno que no debió ser escrito nunca.
Alguien en estos días escribió, en redes sociales, con cierto atino que “debemos mirar a nuestros abuelos antes de juzgar al otro”. ¿Cuántos de nosotros tenemos, abuelos o padres, que pueden entrar en la categoría de pensamiento de Castaña? ¿Seríamos tan severos de repudiar la muerte de nuestro abuelo porque este decía que “los trolos son una enfermedad” por caso? ¿Por qué la empatía es más fácil si se trata de un ser cercano y se torna tan distante cuando hablamos del otro?.
Son tiempos de cambios profundos y si bien es cierto que, para afianzar estos cambios, la radicalización es, a veces, inevitable, es necesario un momento de respiro. De para la pelota y mirar el entorno. No frenar el avance de la ruptura cultural, tan necesaria sin dudas, sino poder templar y acomodar el dedo juzgador. Que la eficacia y la marea que trae esta nueva ola de cambio, no se convierta en un Tsunami que destruya todo sin el menor de los sentidos.