ActualidadLa Historia Que No Nos Contaron
Azucena Villaflor: La Madre de la Plaza
Azucena Villaflor nació en Avellaneda el 7 de abril de 1924. Era hija de Florentino Villaflor, jornalero de 21 años y de Emma Nitz, una muchacha de apenas quince años. Se crió con su tía paterna Magdalena y por lo tanto las hijas de ésta, Lidia, Nora y Alma, fueron prácticamente sus hermanas, además de su verdadera hermana, Elsa, fallecida en 1993. La precariedad económica la forzó a trabajar cuando tenía quince años como telefonista en la empresa Siam. Allí conoció a Pedro de Vincenti con quien se casó y tuvieron cuatro hijos: Pedro, Néstor, Adrián y Cecilia.
A principios de 1970, Néstor, uno de los hijos de Azucena, decidió convertirse en militante de la Juventud Peronista, en la Facultad de Arquitectura. Selló su destino y el de su madre. El 30 de noviembre de 1976 lo secuestraron junto con su novia, Raquel.
La desesperación se apoderó de Azucena, como de tantas otras madres que recorrían por entonces los cuarteles, las comisarías y cualquier otra dependencia oficial que pudiera ayudarlas a encontrar a sus hijos.
En aquella época, lejos de la politización en la que luego cayó el organismo, eran madres que buscaban a sus hijos, más allá del cruel “algo habrán hecho”.
En los primeros meses de 1977, se encontró con otros padres que reclamaban por sus hijos en el Vicariato castrense. Fue allí que Villaflor tuvo la idea de hacer pública la búsqueda de los detenidos desaparecidos. “Bueno, tenemos que ir a la Plaza de Mayo para que nos vean. Entrar a la Casa de Gobierno y dejar de venir acá a escuchar las cosas terribles que nos dice este sotanudo”, dijo Villaflor, según recuerda la madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora Nora Cortiñas en el libro Las Viejas. En ese momento fijaron un día: “Vamos el sábado”.
Las madres en la Plaza
El sábado 30 de abril de 1977 aquellas mujeres se encontraron por primera vez en la Plaza de Mayo. La cita era a las 10 pero Josefina “Pepa” García de Noia llegó dos horas antes y se puso a fumar con la mirada perdida en la nada, mientras se preguntaba si las demás asistirían al encuentro. El microcentro estaba desierto. “Siempre digo, éramos las palomas y yo”, relata en Las Viejas.
Haydée Gastelú de García Buela veía a un grupo de mujeres pero, como la Plaza estaba vacía, no se decidía a acercarse. Finalmente, se aferró a su monedero, donde llevaba su documento y la plata justa —había dejado la cartera por miedo a que alguien pensara que dentro podía tener algo sospechoso—, venció el miedo y se animó. “¿Ustedes están acá por algo?”, les preguntó. María Adela Gard de Antokoletz, que se encontraba junto a sus hermanas Julia, María Mercedes y Cándida, le contestó: “Sí, quedamos en encontrarnos”.
Desde la Catedral, Azucena Villaflor cruzó a la vereda de la Plaza, acompañada por otras dos mujeres. También participaron Beatriz Aicardi de Neuhaus, Mirta Acuña de Baravalle, Raquel Gvirtz de Arcuschin, Élida de Caimi, Raquel Radío de Marizcurrena, Delicia de Miranda, María Ponce de Bianco y una joven que permaneció en el anonimato.
Catorce madres movidas por el amor y el deseo de recuperar a sus hijos se encontraron en Plaza de Mayo, sin sospechar que su lucha quedaría para siempre en la historia. “Juntas podemos llegar a hacer algo, separadas nada”, dijo Villaflor a sus compañeras.
Desde la Casa de Gobierno mandaron a un grupo de policías que les ordenaron: “Circulen…” Y ellas, con Azucena a la cabeza, obedecieron. Así fue que las madres empezaron a caminar de a dos, tomadas del brazo, alrededor del monumento a Belgrano.
Como estaba “todo cerrado” y había poca gente, las madres acordaron reunirse el viernes próximo, a las tres y media de la tarde, para tener mayor visibilidad. En esa oportunidad, convinieron en presentar una carta para pedir una audiencia con el comandante en jefe de la Junta Militar, Jorge Rafael Videla. María del Rosario Cerruti fue la encargada de redactar el borrador. Alguien preguntó si la entregarían el próximo viernes, a lo que una de las mujeres propuso el jueves, porque los viernes son “días de brujas”.
Sentadas de a dos en los bancos de la Plaza, la tercera semana leyeron el borrador y lo aprobaron para entregarlo, pasado a máquina y firmado, el jueves siguiente en Casa de Gobierno. Cada semana volvían en busca de una respuesta que no llegaba.
Dos meses después, Villaflor, Cerruti y Neuhaus fueron recibidas por el ministro del Interior, Albano Harguindeguy, mientras sesenta madres las esperaban afuera. En Las Viejas, Cerrutti repasa el diálogo entre Villaflor y Harguindeguy:
“-De la Plaza no nos vamos a ir hasta que nos digan dónde están nuestros hijos. Nos vamos a quedar sin piernas de caminar en esta Plaza, pero ustedes nos tienen que decir dónde están.
-No, señora, no pueden estar acá porque hay Estado de Sitio.
-Bueno, entonces dennos el patio interior, no quiere que nos reunamos afuera, déjennos entrar acá adentro. Pero de acá, de la Casa de Gobierno no nos vamos a ir”.
Aquellas madres se comprometieron a juntarse en la Plaza durante toda su vida hasta saber dónde estaban sus hijos. Ya eran las Madres.
El pañuelo blanco, un símbolo de lucha
Con el fin de visibilizar su búsqueda, el 1 de octubre de 1977 las Madres participaron de la multitudinaria peregrinación religiosa a Luján. Pero, ¿cómo se reconocerían entre tanta gente? ¿Qué podían usar para distinguirse entre la multitud? A alguien se le ocurrió que se pusieran un pañal en la cabeza para identificarse. Muchas llevaron un pañal, otras un trapo o una chalina y algunas un pañuelo. Desde entonces, el pañuelo blanco representa la lucha y la voluntad incansable de estas mujeres unidas por la desaparición de sus hijos.
Ese mes, las Madres realizaron su primera reunión clandestina en el Parque Pereyra Iraola. Como pantalla, simularon celebrar la despedida de jubilación de María Adela. En ese espacio arbolado de camino a La Plata, se organizaron territorialmente por zonas para facilitar la comunicación y establecieron responsables: Zona sur, Avellaneda: Azucena Villaflor; Palermo: María Adela Antokoletz; barrio de Once: Eva de Castillo Barrios; barrio Norte: María del Rosario Cerruti; Congreso: Juanita de Pergament; Castelar: Nora Cortiñas; zona de Pueyrredón y Santa Fe: Chela de Mignone; Ramos Mejía: Beatriz de Neuhaus; y zona del centro: Marta Vásquez.
El 14 de octubre de 1977 las Madres y otros familiares de detenidos desaparecidos presentaron un petitorio acompañado por 24 mil firmas a la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), que tenía su sede en el Congreso, para solicitar el esclarecimiento de los secuestros. Ese día realizaron la primera marcha masiva, que fue reprimida por la Policía y terminó con la detención de más de 300 personas. Las madres fueron llevadas a la Comisaría 5° por “escándalo en la vía pública”. Luego de ser identificadas e interrogadas, las liberaron de a una.
Astiz, el ángel de la muerte
El oficial de la Marina Alfredo Astiz se infiltró entre los familiares, haciéndose pasar por hermano de un desaparecido, bajo la falsa identidad de Gustavo Niño. Solía ir acompañado de una joven a quien presentaba como su hermana. Se trataba de la militante de Montoneros Silvina Labayru, que había sido secuestrada y estaba detenida en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) desde hacía varios meses.
El “ángel rubio”, como lo llamaban, “comenzó a participar de las reuniones de los familiares y a venir a la Plaza. Se conquistó a las Madres, que lo querían como loco”, cuenta la Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora Aída Bogo de Sarti.
En ocasiones, Astiz iba acompañado de un niño que hacía pasar por su sobrino. Bogo de Sarti tuvo la primera sospecha de que algo iba mal con Niño a los dos meses de conocerlo, cuando lo vio por segunda vez con su supuesto sobrino y notó que no era el mismo. “El primer chico era rubio y este era morocho”, recuerda.
La noche del jueves 8 de diciembre de 1977 un grupo de hombres vestidos de civil, que se identificaron como policías, interceptó a los familiares de desaparecidos que salían de recaudar dinero en la Iglesia de la Santa Cruz para publicar una solicitada dos días después en el diario La Nación. Eran pasadas las 20.30 cuando la patota se llevó a nueve personas: la monja francesa Alice Domon, Ángela Aguad, María Ester Ballestrino de Careaga, Raquel Bullit, Eduardo Gabriel Horane, José Julio Fondevilla, Patricia Cristina Oviedo, Ponce de Bianco y Horacio Aníbal Elbert.
Astiz fue quien proporcionó los datos que guiaron al grupo de tareas de la ESMA hasta la Santa Cruz con fin de desarmar el incipiente movimiento de derechos humanos que comenzaba a organizarse. Con un beso en la mejilla, esa noche el “ángel rubio” marcó a sus víctimas. Ese mismo día desapareció de su atelier Remo Carlos Berardo, quien también participaba de las reuniones de la Santa Cruz.
El secuestro de Azucena
A pesar de los secuestros de la Santa Cruz, al día siguiente las madres fueron a La Nación para publicar la solicitada. Esa mañana Villaflor llamó a Vásquez y la citó en la casa de Eva Castillo para reparar los nombres que presentarían. “Había como seis madres y en un momento dado ella estaba parada, nos mira a todas y nos dice: ‘Si a mí me pasa algo, ustedes siguen’. E insiste: ‘Si a mí me pasa algo, ustedes siguen, ¿me han entendido?’”, señala Vásquez en Las Viejas.
De allí fueron al diario, donde no les quisieron aceptar la solicitada “porque estaba en manuscrita”, apunta Bogo de Sarti. Entonces, Cortiñas recurrió a los empleados del Ministerio de Economía donde trabajaba su marido y en un sótano la pasaron a máquina. Una vez más, el diario las rechazó, porque llevaban monedas para pagar. Finalmente, las aceptaron. Después de dejar la solicitada y antes de despedirse, Villaflor le repartió a las madres presentes una copia del poema “Hagamos un trato” del escritor uruguayo Mario Benedetti.
Ese mismo día, Bogo de Sarti fue a la casa de Villaflor. “Vení a la noche”, le había pedido su compañera de Avellaneda a la salida del diario, antes de enviarla con un comunicado a la Catedral. Desde el living de su casa en Esteban Echeverría, la Madre de Plaza de Mayo retrocede 40 años en el tiempo y vuelve a revivir los últimos momentos con Villaflor: “Llego a la casa de Azucena y la veo mal. Tiene papeles sobre la mesa. La noto nerviosa y le digo: ‘Estás llorando. ¿Por qué está todo esto acá?’”
Al igual que a las otras madres, Villaflor le entregó a Bogo de Sarti una copia del poema de Benedetti. “No te lo di porque tengo que hablar con vos”, comenzó a decirle pero el sonido del teléfono las interrumpió. “Nos dio el poema para que siempre la recordemos, porque ya sabía lo que le iba a pasar”, asegura Bogo de Sarti luego de leer el poema, con la hoja todavía sujeta entre sus manos.
Villaflor y su hija la acompañaron hasta la Avenida Mitre para que se tomara el colectivo a Barracas. Al día siguiente las dos madres iban a visitar a la capilla Cristo Obrero de Quilmes, donde estaba Domon, para averiguar qué le había ocurrido a la monja. “No te vengas hasta acá. Voy a ir sola o con Pedro, así lo tranquilizo”, le dijo Villaflor antes de despedirla. Fue la última vez que Bogo de Sarti la vio con vida.
Al volver a su casa, Cecilia notó que algo le sucedía a su madre. La delataba su mirada. “Mamá, ¿me podés decir qué te pasa que estás tan nerviosa?”, le preguntó su hija. “Nada, nada”, le respondió. Ante la negativa, Cecilia insistió: “Dale mamá, no me mientas. Yo sé que algo está pasando porque vos estás rara, nunca tenés los ojos así”. “Es que se llevaron a una gente de la Iglesia de la Santa Cruz y no sé cómo decírselo a tu papá”, le contestó.
La mañana del 10 de diciembre de 1977 Villaflor le preguntó a su hija qué quería almorzar. “Pescado”, le respondió Cecilia y su madre salió a hacer las compras con la intención de pasar por el puesto de diarios de la Avenida Mitre, porque en el ejemplar de La Nación que había comprado esa mañana la solicitada, firmada por 230 personas —entre ellas Astiz bajo el nombre de Niño—, había salido borroneada. Un año y diez días después de la desaparición de su hijo, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo fue secuestrada en pleno centro de Avellaneda.
“Siempre nos decía a todas: ‘Si ves algo raro, tratá de tirarte al suelo y hacé un montón de cosas. Lo hizo ella, pero no pudo salvarse”, señala Bogo de Sarti. Al igual que todo el grupo secuestrado en la Iglesia de la Santa Cruz, Villaflor fue llevada a la ESMA donde la sometieron a torturas. Al mediodía se produjo la detención de la compañera de Domon, Leonie Duquet.
Dos días después del secuestro, las Madres presentaron un hábeas corpus por Azucena y por todas ellas.
El 20 de diciembre de 1977 aparecieron cadáveres en las costas de Santa Teresita y Mar de Ajó. Las autoridades locales dispusieron que fuesen enterrados de inmediato como NN en el cementerio de General Lavalle. Un grupo de Madres viajó a Dolores pero no logró obtener datos precisos.
En abril y mayo de 2005 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Villaflor, Ballestrino de Careaga, Ponce de Bianco, Aguad y Duquet, que habían sido secuestradas entre el 8 y 10 de diciembre de 1977. El 8 de octubre de 2005, las cenizas de Azucena Villaflor fueron depositadas junto a la Pirámide de Mayo por su hija y sus compañeras de lucha al final de la Marcha de la Resistencia.
Fuente:
-Diario La Nacion
– Pachoodonnell.com.ar
-Agencia Universitaria de Noticias