Editorial
El doble discurso de los políticos y la Salud Pública: Cuando les toca a ellos van a Sanatorios Privados
-Especial de #CincoDias
Varios son los mandatarios argentinos que tuvieron alguna internación o licencia por enfermedad a lo largo de la historia. Desde Manuel Quintana, quien fuera el primer presidente argentino fallecido en el ejercicio de su cargo, pasando por Roque Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen e incluso Perón a sólo cuarenta días después de asumir su tercera presidencia. Más acá en el tiempo los funcionarios también atravesaron situaciones similares, y desde entonces se gestó en el inconsciente colectivo una pregunta que, por ahora, no encuentra respuesta ¿Por qué ninguno de ellos se atiende en Hospitales Públicos?.
Si hacemos un repaso de los partes oficiales, con la democracia funcionando sin interrupciones, podemos encontrar muchos ejemplos y todos con idéntica resolución: la atención en centros privados.
Carlos Ménem fue llevado al Instituto Cardiológico de Buenos Aires cuando, en 1993, debió interrumpir su partido de golf para ser operado de urgencia, esa misma noche, por un problema cardiovascular.
Su sucesor, Fernando De La Rua, fue internado en el Instituto del Diagnóstico un mes antes de asumir la presidencia, el 12 de noviembre de 1999, para someterse a una intervención pulmonar conocida como “neumotórax”. El viernes 8 de junio de 2001, se le realizó una angioplastia para liberarle una arteria, ¿dónde? En el Instituto Cardiológico de Buenos Aires.
Un año después de asumir como presidente, Néstor Kirchner, creó la Unidad de Atención Presidencial (UAP) en el hospital General de Agudos Dr. Cosme Argerich, el centro público de mayor complejidad del país situado en el barrio de La Boca. Eran cuatro salas contiguas en el segundo piso del hospital que por poco tiempo se denominaron suite presidencial.
Todo indicaba que llegaba un cambio de paradigma y aquellos que desde el púlpito de campaña insistían en “recuperar el prestigio de la Salud Publica” darían el ejemplo y se atenderían de esta manera cuando el destino lo determinara. Vale aclarar que el matrimonio Kirchner acudía a Hospitales Municipales cuando gobernaban en Santa Cruz si se presentaba algún malestar que necesitara atención profesional.
Pero lo cierto es que Néstor utilizó las instalaciones sólo una vez. En ese 2004 se realizó allí una fibrocolonoscopía y dos años después, su hija Florencia, fue operada en la UAP de las amígdalas. De hecho cuando el oriundo de Río Gallegos, tiempo más tarde, debió ser intervenido cardiovascularmente (En febrero y septiembre de 2010) lo hizo en el sanatorio privado Los Arcos.
El 21 de agosto de 2012 la por entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, repetía en un acto que “Hay sistema de salud pública cuando los presidentes se atienden en los hospitales públicos. Lo demás es puro cuento”.
Pero tampoco ella apeló a estos médicos cuando debió ser atendida. En octubre de 2013, para someterse a una cirugía por un hematoma craneal, fue llevada a la Fundación Favaloro. Un año antes había sido operada de tiroidectomía en el también privado Hospital Austral.
El clan Kirchner tampoco utilizo la famosa UAP: Máximo, por caso, fue derivado desde Santa Cruz al Hospital Austral de Pilar por una infección en una rodilla, en junio de 2012; Ofelia Wilhelm, la madre de la Cristina, llegó a ser intervenida por una fractura de cadera en el Sanatorio Otamendi, y Florencia (sacando su estadía en Cuba) en 2014, por un tema de salud menor fue llevada a la Fundación Favaloro.
Acaso siquiera Mauricio Macri que llegó, entre otros incumplidos, con el eslogan de ser “la nueva política” aplicó aquello de “predicar con el ejemplo”. En las distintas afecciones e internaciones que padeció fue derivado a la Clínica Olivos cuando debió ser monitoreado por una arritmia en junio de 2016. Veinte días después se sometió a una artroscopia en la rodilla derecha en el Sanatorio Otamendi y en diciembre de ese mismo año se operó las cuerdas vocales en el consultorio privado del doctor Raúl Perrone, en Recoleta.
Para los controles de rutina, en tanto, por recomendación de su médico de cabecera, Mauricio Macri utilizó el Instituto del Diagnóstico y la Fundación Favaloro. En ningún caso utilizó el sistema público de salud.
Finalmente la llegada de Alberto Fernández parecía ser la oportunidad precisa para quedar en la historia. Porque a pocos meses de sentarse en el sillón de Rivadavia, asechó el COVID-19 y la frase “Salud Pública” es una de la más repetida en cada discurso escuchado.
No hace mucho divulgó en sus redes sociales aquello de “Quiero aprovechar el Día Mundial de la Salud para reivindicar la salud pública y agradecerles infinitamente a los profesionales que día a día le ponen el cuerpo a la lucha contra el coronavirus en todo el país”.
Repetidas son las escenas en la que lo vimos recorriendo Hospitales de Campaña, las instalaciones del Instituto Malbrán y otros tantos centros donde están aquellos profesionales que se debaten día a día en la lucha de este virus que gobernó la tierra en pocos meses.
Pero, una vez más, quedó a trasluz aquello de “Haz lo que digo, pero no lo que hago”. Sucedió hace dos días, el Ministro de Salud (Ministerio que fue restituido a su estatus luego de ser considerado “Secretaria” en la anterior gestión) sufrió un hormigueo en la mano producto de un hematoma subdural y tuvo que ser asistido ¿Pero dónde?: Si, en un sanatorio privado.
Ginés González García, el mismísimo funcionario que maneja la cartera tan necesaria de Salud Publica, escogió ser internado en el Sanatorio Otamendi. La oportunidad de hacer historia, de logar en un minúsculo gesto, marcar una enorme diferencia. La chance única e irrepetible de poder dejar expuesto que, aquello que sale de las palabras pomposas, se corresponde con la verdad. La ocasión en la que se podía demostrar con un ejemplo tangible que esos aplausos anónimos de los balcones tantas veces endiosada por los mismos funcionarios, no eran en vano, y que vale la pena la calidad de profesionales que tenemos, fue desperdiciada de la manera más inaudita.
¿Qué problema tienen los funcionarios con aquello de la Salud Publica? ¿Por qué se ufanan en ser defensores de una salud que luego ellos mismos descartan? ¿Por qué, cada vez que el político argentino tiene allí, en la palma de su mano, la oportunidad de poder ser diferente, vuelve a caer en las miserias de siempre? ¿Qué tan complejo es, justamente en tiempos donde se levantan banderas y se zanjan diferencias con gobiernos anteriores, poder tomar una decisión sabia y “dar el ejemplo”? Existe un asesor hasta para cuando tienen que elegir que corbata utilizar, que beso darse en cámara y en qué momento memorizar o leer un discurso, entonces ¿No hay un prodigio que en esos instantes alce la voz para decir “es el Ministro de Salud, como va ser atendido en un sanatorio privado?”.
Todavía quedan meses por delante. Quizás ésto fue un detalle que, en medio de una crisis y de semanas de alto contenido emocional y de estrés, no permitió ser analizado con la serenidad y la inteligencia necesaria para luego actuar en consecuencia. Ojala éste haya sido el último traspié político. Porque éste tipo de conductas son innecesarias, injustas para el resto de los ciudadanos, irrespetuosas para quienes confían en las palabras trasmitidas en sus conferencias de prensa.
Un hecho que desprestigia un sector público que merece, hoy más que nunca, un mejor tratamiento. Porque no se trata de fondos únicamente, la Salud Publica necesita, además, dejar de ser bastardeada. Junto al dinero la reforma debe venir acompañada por las formas y las acciones de toda la cúpula política. Y sino, si acaso no son capaces de tener un mínimo gesto de honestidad intelectual, por favor, dejen de jactarse de la excelencia de los profesionales argentinos. Dejen de levantar banderas falsas en apoyo de conceptos y políticas de las cuales no creen, no confían y no hacen uso. Si no existe la modestia de accionar con el ejemplo, al menos, ahorren la posibilidad de humillarlos, pidiendo, al pueblo, hacer lo que ustedes nunca hicieron.