Apostillas de la Vida Cotidiana
El Cuadro de Benedetti
Por #Nuwanda
Yo nunca la vi pero acá no entra en juego el escepticismo. No le conocí nunca un atril, una paleta de pintura o un pincel destruido al menos. Pero es verdad, porque me lo dijo. Con eso alcanza y sobra. Si la vi dibujar, pero acaso nunca pintar. Pero insisto, ella sabia (sabe) hacerlo y su sola confesión alcanza y sobra para erradicar cualquier duda al respecto.
En casa capaz que la cultura entraba por algunas hendijas diferentes a las del resto de las casas. Los mensajes eran subliminales. No había, por caso, una gran biblioteca repleta de libros. Pero vos veías a mi viejo (como conté alguna vez) ir al baño siempre con una SoloFutbol bajo el brazo, y eso era mucho más eficiente. Porque uno copia. Lo malo y lo bueno. Y esa costumbre, mas tarde más temprano, traía aparejada cualquier publicación: una Viva, un Anteojito, un Elige tu Propia Aventura y en algún momento (por decantación) el “Túnel” de Sábato.
A ella le tocaba el arte. Repito nunca la vimos pintar. Pero ahí estaban sus cuadros alrededor de la casa. Que no tenían nada que ver con la decoración general, es claro. Pero no estaban para ocupar armoniosamente un recinto, sino para mandar el mensaje oculto. Y uno los miraba y quieras o no luego “garabateabas” en una hoja en blanco. Y un día te salía un dibujo más o menos.
De esos cuadros recuerdo 4: un puente en un atardecer cualquiera. Cosa rara porque en el pueblo no había rio y ella no era buena imaginando, sino más bien copiando. Una naturaleza muerta con un par de manzanas y una naranja. Unos Cisnes (otra vez la rareza porque a lo sumo lo más parecido que había en Indart con patas flacas era un Tero) Y un perfil anónimo, creo que de una virgen o algo así.
Y uno que siempre me llamo la atención. Quizás por esto de que la cultura, así en el sentido técnico de la palabra, no entraba por la “puerta principal”. En casa se veía Tinelli, Benny Hill y películas picarescas. Nunca un Woddy Allen o algo así. Pero ahí estaba. En el comedor. Era el cuadro más grande que teníamos. Ocupada casi tres cuarto de pared. Y, al igual que sus colegas, estaba lo más lejos de ser un detalle decorativo. Era acaso el que más desentonaba con el entorno. Muebles de color madera clara, mesa parecida y cortinas color naranja: el cuadro entre un azul y negro. Un tirón de huevos para cualquier diseñador de interiores sin dudas. Pero, una vez más, el objetivo del “señor” no era nivelar la estética del lugar, era la manera de que ellos (quizás conscientes, quizás no) nos empapaban con la cultura. De la manera más eficaz. Porque jamás escuche decirle a alguno de los dos: es viernes, nos sentamos a leer Benedetti?
Pero claro, no hacía falta, porque el dichoso cuadro lo tenía a él. Era poesía pura. En medio del comedor. En medio de una casa que donde se maldecía, se veían polleras levantadas en la tele y se contaban chistes verdes. Estaba ahí. Mudo, silencioso. Pero letal.
Porque ya pasaron muchos años y el poema está en mi mente. Y no me acuerdo de un día preciso de estar leyéndolo. Pero si de fugaces ojeadas al dichoso cuadro. A sus frases salteadas. A sus letras. Porque el blanco de sus letras alguna vez fue el objeto a descubrir en un “veo veo” siestero. Eso sin dudas.
Nunca indague, pero capaz la idea de comprarlo y colgarlo allí fue de ella. Porque, vuelvo a lo mismo. Nunca la vimos pintar, pero teníamos su palabra de que sabía hacerlo y esos cuadros con su firma debajo: Tere ´78, lo confirmaban. Hoy en el viaje al laburo, en una madrugada media lluviosa, se me vino a la mente el famoso verso, alli plasmado, “Hagamos un Trato”:
“si alguna vez advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar conmigo”
Y con el verso, el recuerdo imborrable de la Casa “Vieja” y entonces, me di cuenta de esos mensajes subliminales que me permiten, hoy a la distancia, saber que en esa casa hubo de todo. Puteadas, risas, pelas, alegría, hambre y sosiego. Pero sobre todo hubo cultura. Y mucha. Y de la manera más eficaz de todas. Porque capaz ella no sabe que Sábato escribió “Informe sobre ciegos”, pero si lo sabemos nosotros 3. Él capaz te hace un auto apenas con dos rectángulos, pero sus nietos le ponen las luces, las llantas y el espejo retrovisor sin acaso tener que verlo.
Entonces me di cuenta que hicieron un trabajo complejo, en silencio. Preciso, eficaz e indeleble sin que jamás lo notáramos. Nos transformaron sin que pudiéramos percibirlo siquiera. Nos dieron otra lección sin la más mínima muestra de egocentrismo, sin jamás escuchar de nosotros un “gracias por la cultura recibida”. Nos regalaron quizás la mejor herencia que nos pudieran dar, sin que ninguno de los tres nos percatáramos nunca de que estábamos recibiéndola. Una muestra más de su impecable proceder como padres, que ojala algún día, pueda copiar en al menos el 1% de su totalidad.