Apostillas de la Vida Cotidiana

Leyendas que son Nuestras: “Chachao y la creación del Hombre”

La vieja revista Anteojito, tenía en sus últimas hojas la particularidad de traer la narración de Leyendas.  Sobre todo de aquellas que vieron la luz en nuestro suelo, que tienen sus génesis en nuestros aborígenes, aquellas que tienen la magia y el encanto de nuestros centros.

Desde #JotaPosta, confesos lectores de aquella prestigiosa revista eterna, queremos inaugurar hoy una nueva sección dedica a los relatos criollos, de historias encantadas, de hechizos, dioses y cuentos que dan nombre a las pueblos, los árboles, a nuestras comidas o incluso a los encantos naturales que forman parte de la Argentina.

Breves narrativas místicas que preservan los tesoros de las diversas culturas, y que reflejan los conocimientos ancestrales que siglos de historia tardaron en crear (y se han negado a desaparecer, pese a las brutales guerras colonialistas y neocolonialistas).

Inauguramos con la versión que los habitantes primitivos de la zona pampeana, llamados “Pampa” (que en quechua es “campo”), por los pocos iluminados españoles o “Puelche” (“gente del este”), tal lo dispuesto por los mapuches para nombrar a las comunidades que habitaban esa geografía, tenían para explicar la creación del hombre.

Resulta ser que el Dios bueno, llamado Chachao, se aburría en la eternidad del Cielo y cierto día decidió  bajar a la tierra aún anegadiza y lluviosa donde las cosas eran efímeras y mutables; tomó la Vía Láctea, que entonces llegaba hasta la pampa.

Iba entonces, Chachao, que en el fondo era solamente un eterno niño, ensuciándose las manos y chapoteando la tierra cuando decidió moldear con barro unas figuras casi caricaturescas, con dos pies que vestían como él chiripá y poncho. No eran estas reproducciones perfectas, pues el Viejo estaba de buen humor y solamente buscaba reírse de sí mismo.

El ñandú, que había sido creado de la misma forma un rato antes, cansado de correr por la pampa seca, quiso subir al Cielo por la Vía Láctea y aprovechó la distracción de Chachao para ascender algunos tramos. Al darse cuenta el indio Viejo que una criatura de barro iba a ensuciar las alturas celestiales, desató sus boleadoras y las arrojó al osado, que de una espantada volvió a la pampa dejando en el cielo a comienzos de la Vía Láctea la huella de sus tres dedos y garrón: la Cruz del Sur; también quedaron las boleadoras del Viejo, alfa y beta del Centauro, junto a la huella del avestruz.

Ocupado en espantar al ñandú no se dio cuenta Chachao que su hermano Gualicho (El dios malo) había descendido a la tierra y sopló las caricaturas bípedas acabadas de esculpir, dándole vida de esta forma al hombre y la mujer.

Imagén de Gualucho en las “Cuevas de las Manos”

Ambos Dioses se llenaron de espanto cuando vieron a los objetos de barro moverse y discurrir como si fueran dioses. Chachao escapó horrorizado por la Vía Láctea; al tiempo que con su facón cortó el camino del Cielo para que los monstruos no subieran. Dejó a Gualicho en la tierra en castigo de haberles infundido el aliento divino a unos grotescos y efímeros monigotes de barro.

Chachao no volvió más a la pampa, ni pudo salir Gualicho de ella. Desde entonces éste clama misericordia en las noches de tormenta con su voz de trueno cuando ve el rayo de su hermano en el Cielo. Inútilmente, pues la cólera del indio Viejo es definitiva. Busca Gualicho destruir su imprudencia aniquilando a los hombres con enfermedades, guerras y hambres.

Lo hace de lejos, pues verlos le causa horror y remuerde la conciencia; por eso vive en lo profundo de los montes y sólo se arriesga a salir cuando las noches son oscuras. Como teme a los hombres, ha resuelto hacerse temer por ellos para que los hombres lo eviten: ulula en las noches para asustar a los viajeros rezagados con quienes tropieza imprevistamente, y se ha rodeado de una corte de espíritus malignos y retozones cuyo único objeto es protegerlo con un cerco de terror.

De esa travesura de un niño nacieron los hombres, híbridos de un aliento de dios en una envoltura de barro perecedero. Contra el terror cósmico de los lugares desconocidos y contra los rayos y truenos, diálogo constante de Chachao y Gualicho, sólo hay el recurso de estrechar los vínculos humanos.

Si éstos han sido “buenos”, si han logrado dominar el miedo y la prudencia guio sus acciones, podrán ascender al Cielo una vez perdida su envoltura de barro, pues el camino de las alturas sólo es accesible a las almas. Allí serán estrellas de mayor o menor magnitud según haya sido el brillo de sus buenas acciones. Los otros, los cobardes y mezquinos, volverán al barro originario.

Chachao nos moldeó pero Gualicho nos dio la vida, por ello tenemos algo de bueno y algo de malo.

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