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«Felices Pascuas. La casa está en orden» la famosa frase de Alfonsín que nunca pronunció (video)

Era domingo. El calendario marcaba 19 de abril y el año 1987. La Democracia aun era débil en la Argentina de Alfonsín. Los últimos cuatro días anteriores fueron de tensión producto del levantamiento Carapintada.

El Presidente de la UCR Raúl Alfonsín salió al balcón de la Casa Rosada por segunda vez en el día y, con la tranquilidad del deber cumplido, mandó a casa a las miles de personas que estaban en Plaza de Mayo. Sus palabras quedaron en la historia, aunque en realidad se trata de un “Efecto Mandela”, puesto que jamás existió (textualmente hablando) aquel “Felices Pascuas, la casa está en orden”.

Ante una multitud cercana al medio millar de personas congregadas en Plaza de Mayo y por cadena nacional, el presidente comunicó al pueblo argentino que habían llegado a su fin las 96 horas de alzamiento militar contra su gobierno. Venía de mantener una reunión con Aldo Rico, el jefe de la rebelión.

Su discurso fue: “Para evitar derramamientos de sangre di instrucciones a los mandos del Ejército para que no se procediera a la represión. Y hoy podemos dar todos gracias a Dios. La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina. Le pido al pueblo que ha ingresado a la Plaza de Mayo que vuelva a sus casas a besar a sus hijos y a celebrar las Pascuas en paz en la Argentina”. Con esas palabras, el primer presidente del regreso de la democracia dio por terminado el conflicto.

Lo cierto, es que palabras más, palabras menos, el país dejaba atrás un momento de tensión en su insipiente regreso a la Democracia. En aquellos años, post  juicio a las juntas militares, se había profundizado la tensión entre el gobierno de Raúl Alfonsín y las Fuerzas Armadas. Las sospechas y las acusaciones que pesaban sobre muchos uniformados por haber cometido crímenes de lesa humanidad, generaron un estado de malestar en las filas castrenses.

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Con el objetivo de atenuar las quejas de los militares, en diciembre de 1986, el Gobierno sancionó la llamada “ley de punto final”, que limitaba la acción de la justicia y fijaba plazos de 30 y 60 días para nuevas denuncias y procesamientos a militares. Sin embargo, esta decisión no logró frenar las exigencias de los integrantes del ejército, quienes querían una solución política definitiva para el juzgamiento de aquellos graves delitos.

Cómo fue la insurrección Carapintada de Semana Santa

El alzamiento los de oficiales del Ejército se inició el 16 de abril de 1987, cuando el mayor de Inteligencia, Ernesto Barreiro, se negó a concurrir al juzgado que lo investigaba por cargos de tortura y asesinato perpetrados durante la dictadura militar y se amotinó en el Comando de Infantería Aerotransportada de Córdoba junto a otros 130 militares, para resistir la orden de detención judicial.

Rico, Alfonsín y la trama secreta del “Felices Pascuas, la casa está en orden”: a 35 años del alzamiento carapintada - Noticias de Bariloche

La reacción se extendió a otros cuarteles y el teniente coronel Aldo Rico, a cargo de un regimiento en Misiones, pasó a liderar la amenaza sobre el gobierno nacional desde la Escuela de Infantería de Campo de Mayo.

Los militares sublevados aparecían ante las cámaras de televisión portando armas y con los rostros pintados con betún, este distintivo fue lo que dio origen a la denominación “carapintadas”. Los rebeldes exigían la renuncia de los altos mandos del Ejército y la sustitución del juicio a los autores de violaciones a derechos humanos por otra que contemplara situaciones más flexibles para los oficiales que recibieron órdenes.

El general Ernesto Alais (Archivo Télam)

La situación ponía en peligro la democracia, recuperada hacía poco más de tres años. Ante la sorpresiva situación, la población salió a la calle y comenzó a ocupar la Plaza de Mayo para manifestarse en defensa de la democracia. Permanecieron allí durante los cuatro días que duró el conflicto y sólo volvieron a sus casas cuando Alfonsín los invitó a hacerlo tras el anuncio de que el conflicto había finalizado.

En sus memorias, el Presidente argumenta que cuando dijo que no negociaría, tenía aún una “noción imprecisa” de lo que ocurría en el Ejército y pensaba que la situación se limitaba a Córdoba, por lo que creía que una vez resuelto allí el problema, se resolvería en todas partes. Para algunos analistas, el mandatario apelaba otra vez al doble mensaje, tal vez creyendo que la rebelión podía sofocarse rápidamente. Existe también otra lectura, según la cual una vez que quedó en evidencia la inestabilidad que generaba el reclamo de los amotinados, Alfonsín utilizó esa verdaderamente novedosa convergencia del sistema político y la opinión pública en defensa de la estabilidad institucional para impulsar la “solución política” al problema de los juicios que había querido implementar desde un principio y que quedaría consagrada en la Ley de Obediencia Debida.

Raúl Alfonsín durante la negociación con los carapintadas

En efecto, el “Acta de Compromiso Histórico en Defensa de la Democracia” que el radicalismo redactó junto con el peronismo y que llevó la firma de prácticamente todos los partidos políticos tenía una profesión de fe republicana pero también una cláusula que a todas luces dejaba adivinar el próximo paso del Gobierno: “La reconciliación de los argentinos sólo será posible en el marco de la Justicia, del pleno acatamiento a la ley y del debido reconocimiento de los niveles de responsabilidad de las conductas y hechos del pasado”. Sólo algunos sectores de la izquierda –el MAS, el Partido Obrero y las Madres de Plaza de Mayor-Línea Fundadora- se negaron a firmarlo, porque entrevieron rápidamente que esa cláusula abría las puertas a una amnistía encubierta, que denunciaron en esos términos, y se retiraron incluso de las manifestaciones convocadas por el Gobierno.

Aquella mañana, entonces, Alfonsín salió por primera vez al balcón de la Casa Rosada para informar a la multitud los avances y retrocesos de la negociación. El punto más álgido se produjo cuando anunció que acudiría en helicóptero a Campo de Mayo a entrevistarse con Aldo Rico y hablar con los carapintadas. Lo iba a hacer sin custodia, lo que intensificaba aún más el temor de la población. Luego de unas horas, Alfonsín salía por segunda vez al balcón, y con los brazos abiertos pronunciaba su discurso, que quedaría para todos resumido en un: “Felices Pascuas, la casa está en orden”.

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