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1810-2021| ¿Cómo era vivir en la época de la Revolución de Mayo?
“En las calles de Buenos Aires no se ven, en las horas de la siesta más que médicos y perros” Así describía a la Gran Aldea un viajero francés. Y es que el pasatiempo preferido de los porteños era dormir la siesta. Tampoco había mucho para hacer.
A un día de celebrarse un nuevo aniversario de la gesta patria, en #JotaPosta repasaremos como era vivir en la época de la revolución de Mayo.
En principio podemos decir que 1810, la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se había expandido hasta alcanzar los 6,15 kilómetros cuadrados y era habitada por casi 40 mil habitantes.
Las actividades principales eran la ganadería y el comercio, que se manejaban con poca mano de obra y una visita cada tanto a los lugares de producción y servicio. Ir de shopping llevaba muy poco tiempo.
Bastaba atravesar la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) y recorrer la Recova donde estaban los puestos de los «bandoleros», como se llamaba entonces a los merceros frente a una doble fila de negocios de ropa y novedades.
El transporte más popular era el caballo y sólo los pudientes se movilizaban en carruaje.
Vestimenta
La vestimenta entre la clase alta era confeccionada con telas europeas mientras que la ropa más común entre las clases populares, el poncho o ruana provenía de telares artesanales que tejían la lana de guanaco y vicuña.
¿Qué se comía?
La gastronomía incluía comidas como puchero, carbonada, sábalo frito o guisado; empanadas con carne o pichones; asado de vaca, locro. Muchas comidas llevaban carne ya que el ganado era cimarrón y tenía escaso costo o nulo. Los postres más habituales eran la mazamorra, arroz con leche, yema quemada, torrejas y pastelitos con dulce de membrillo o batata.
Las comunicaciones
Muy lejos del teléfono y la internet, los habitantes del virreinato se comunicaban por carta. Pero, ¿cuánto tardaba en llegar una carta a destino? Lógicamente dependía de las distancias. Podía tardar desde una semana a seis meses.
Las cartas eran llevadas a caballo a través de las postas, donde descansaban los mensajeros y cambiaban de caballo. Desde Buenos Aires tres veces por año salía un hombre a caballo hacia Chile, otro hacia el Perú y otro al Paraguay. Había que armarse de paciencia. Con el tiempo aparecieron las galeras tiradas por varios caballos que transportaban pasajeros y correspondencia, acelerando los tiempos de llegada de las cartas.
En 1747 se creó el correo, pero recién con la apertura del puerto se regularizó la correspondencia con España.
Las diversiones
Convocaban por igual a ricos y pobres las corridas de toros. En 1791 el virrey Arredondo inauguró la pequeña plaza de toros de Monserrat (ubicada en la actual manzana de 9 de Julio y Belgrano) con una capacidad para unas dos mil personas. Pero fue quedando chica, así que fue demolida y se construyó una nueva plaza para 10.000 personas en el Retiro, en la que alguna vez supo torear don Juan Lavalle.
El pato, las riñas de gallo, las cinchadas y las carreras de caballo eran las diversiones de los suburbios orilleros a las que de tanto en tanto concurrían los habitantes del centro. Allí podían escucharse los «cielitos», que eran verdaderos alegatos cantados sobre la situación política y social de la época.
Las damas también gustaban de las corridas de toros pero preferían el teatro, la ópera y las veladas, que eran reuniones literarias y musicales realizadas en las casas. Eran la ocasión ideal para conseguir novio.
Los negros
Apenas siete años después de la segunda fundación de Buenos Aires, en 1587, se produjo el primer desembarque de africanos esclavos en Buenos Aires. Las travesías del Atlántico eran terribles. Viajaban amontonados sin las más mínimas condiciones sanitarias, mal alimentados y sometidos a la brutalidad de los traficantes.
Buenos Aires era una especie de centro distribuidor de esclavos. Desde aquí se los vendía y se los llevaba a los distintos puntos del virreinato. En Buenos Aires a los esclavos negros se los ocupaba sobre todo en las tareas domésticas como sirvientes en las casas de las familias más adineradas.
A pesar de la esclavitud, los negros de Buenos Aires y Montevideo no perdieron sus ganas de vivir e hicieron oír sus candombes y milongas y aportaron palabras a nuestro vocabulario como mucama, mandinga (el diablo) y tango.