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El humo y la historia: tras la muerte de Francisco, el Vaticano se encierra a elegir al nuevo Papa

En Roma suenan las campanas, pero no celebran.
Murió el Papa Francisco, el hombre que vino del sur, del fin del mundo, de los pasillos de Flores donde se respira tango, fútbol y mate amargo.
Un argentino que caminó el Vaticano con el alma de cura de barrio, que habló de pobres cuando todos hablaban de poder, y que eligió llamarse Francisco en lugar de Jorge para que su nombre no pesara más que su causa.

Ahora, con la silla de Pedro vacía y el alma del mundo un poco más sola, el Vaticano se prepara para uno de sus rituales más antiguos y cerrados: el Cónclave.
Una ceremonia de siglos
La Sede Apostólica ha quedado vacante. El Cardenal Camarlengo, custodio del tiempo entre Papas, certifica la muerte. La tumba aún está fresca cuando ya se activan los engranajes secretos del poder vaticano.
El Cónclave no es solo una reunión: es encierro, es misterio, es oración profunda y estrategia fina.
En la Capilla Sixtina, bajo los ojos de Miguel Ángel y a espaldas del mundo, los cardenales electores —todos menores de 80 años— se aíslan. Sin teléfonos, sin contactos. Solo ellos, sus conciencias y el humo de lo que vendrá.

El voto en silencio, la voz del Espíritu
Cada día puede haber hasta cuatro votaciones. Los cardenales escriben en secreto el nombre de quien creen que debe conducir la barca de Pedro.
Dos tercios debe reunir ese nombre para que se transforme en historia.
Si no hay consenso, habrá más papeletas, más silencio, más espera.
Y cuando se decide, no hay palabras. Hay humo.

El lenguaje del cielo: blanco o negro
Las papeletas se queman tras cada ronda. Si la elección falla, la fumata negra lo anuncia como una decepción ritual.
Pero cuando el acuerdo llega, cuando los votos sellan un nombre, entonces el humo se vuelve blanco. Es el único lenguaje que no necesita traducción.
Es el Vaticano diciendo: tenemos nuevo Papa.

Habemus Papam
Minutos después, el Cardenal Protodiácono se asoma al balcón de San Pedro. El mundo contiene el aliento. Y entonces, una frase en latín resuena con siglos de historia: “Habemus Papam.”
El elegido aparece. Sonríe, tiembla, reza. Y con una voz que aún no es suya del todo, bendice “a la ciudad y al mundo”. Así empieza un nuevo capítulo.

El legado de Francisco, la herencia argentina
Francisco no fue un Papa cualquiera. Fue el primero que no vino de Europa en más de mil años. Fue el que nunca se dejó tentar por los oros ni las sedas. Fue el que nunca volvió como Papa a la Argentina, pero nunca dejó de ser argentino.
Llevó a Roma la tonada porteña, la pasión futbolera y la fe de las abuelas que rezan el rosario en la cocina. Ahora, sin su figura, la Iglesia Católica queda a la espera de una decisión que se escribe en silencio, pero marca el destino de millones.
El humo volverá a elevarse. Y otra vez el mundo mirará al cielo.