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Mark Twain: el río de palabras que no se detiene

Hay escritores que pasan. Y hay otros que se quedan, como piedras grandes en el cauce de un río, obligando a las aguas del tiempo a rodearlos, a nombrarlos siempre. Mark Twain, nacido Samuel Langhorne Clemens, murió un 21 de abril de 1910. Pero su muerte, más que un final, fue el comienzo de su permanencia.

Nacido en Missouri en 1835, creció a la orilla del Mississippi, ese río que más tarde se convertiría en escenario, en símbolo y en personaje. Twain fue piloto fluvial antes que escritor. Quizás por eso supo navegar los meandros del alma humana como quien conoce cada curva de la corriente. Sus textos no son simples aventuras: son retratos vivos de una América que nacía con contradicciones a flor de piel, entre la esclavitud y la libertad, entre el dogma y la irreverencia.
Sus obras más recordadas, Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, no solo definieron la literatura norteamericana: le dieron al mundo dos personajes entrañables, emblemas de la niñez indómita, del espíritu libre, de esa capacidad de mirar con ternura lo que los adultos a menudo complican.

Twain escribía como si hablara. Su prosa tenía ritmo de conversación y filo de ironía. Era cronista de su época y bufón de las apariencias. Supo reírse de los poderosos, desenmascarar las costumbres, señalar las heridas sociales con una sonrisa apenas torcida. En sus páginas, el humor era una forma de resistencia.
Vivió entre telégrafos, vapores, guerras civiles y revoluciones industriales. Viajó por Europa, escribió conferencias, conoció la fama, la bancarrota y el dolor. Perdió a sus hijos, a su esposa, y aun así no dejó de escribir. Tal vez porque entendió que el lenguaje es una forma de salvarse.
Murió, dicen, bajo el mismo cometa Halley que había cruzado el cielo el año en que nació. Como si el universo le devolviera un guiño. Como si el ciclo se cerrara con exactitud de fábula.

Hoy, 115 años después, Twain no descansa. Sus palabras siguen circulando, flotando como hojas sobre el río inmenso del tiempo. Aún se lo lee. Aún se lo cita. Porque hay verdades que, dichas con ingenio, no se desgastan. Y hay escritores que, como él, se vuelven parte de la corriente que todo lo arrastra, pero a la que pocos logran darle forma.
Twain no escribió para la posteridad, pero se quedó en ella.