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El Eternauta camina entre nosotros: la historieta que dejó de ser ficción para formar parte del paisaje porteño

Hay fantasmas que no asustan, sino que acompañan. Juan Salvo —ese viajero del tiempo, ese sobreviviente de la nevada mortal— ya no vive solo en las viñetas de El Eternauta. Lo vemos en las calles, en los murales, en las esculturas. Buenos Aires, esa ciudad que resiste como puede sus propias tormentas, le dio un lugar eterno a su héroe de ficción.

Sobre la Avenida de los Italianos al 800, la escultura de tamaño real lo espera firme, como esperando que algo vuelva a pasar. La figura —hecha de resina epoxi, policromada y resistente— no solo homenajea a la creación de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, sino que resignifica ese símbolo de lucha colectiva y resistencia que El Eternauta supo instalar en nuestro inconsciente.

La pieza forma parte del Paseo de la Historieta, un recorrido cultural que atraviesa los barrios de San Telmo y Monserrat. Allí conviven más de veinte personajes de historieta argentina —Mafalda, Isidoro Cañones, Larguirucho, Don Fulgencio—, todos reproducidos a tamaño real, como si en Buenos Aires las ficciones hubieran bajado del papel para habitar el barrio.
Pero Salvo es otra cosa. Su presencia tiene otra densidad. Como si el frío del cómic aún se colara por alguna hendija, lo sentimos más real. Más vigente. Porque El Eternauta no fue una simple historieta: fue una advertencia, una metáfora, una forma de resistencia en tiempos de oscuridad. Fue también la obra por la que su autor, Oesterheld, se convirtió en desaparecido durante la dictadura militar.

La palabra Eternauta tiene más peso del que parece. No es un nombre al azar: adelanta lo que pasa en la historia y lo que viven sus personajes. “Eter” viene de eterno, sin principio ni fin. “Nauta”, del griego nautēs, significa navegante. Entonces, Eternauta es el viajero de la eternidad. Alguien que atraviesa el tiempo, el dolor, la intemperie. Y eso es lo que hace Salvo: caminar por una ciudad congelada, buscando a los suyos, aferrado a la idea de que vale la pena luchar, incluso cuando todo parece perdido.
Es por eso que también aparece en los muros del conurbano. En Glew, Rafael Calzada, Adrogué y Burzaco, murales de gran formato retratan escenas clave de la historieta. Hay trazos de cómic clásico mezclados con arte urbano. Hay color, hay homenaje, hay memoria. Las obras fueron viralizadas en redes: vecinos posaron frente a las pinturas, emocionados, como si abrazaran una parte de sí mismos.
No es la primera vez que alguien quiso llevar a Salvo más allá del papel. A fines de los años 60, el estudio Gil & Bertolini, conocido por realizar comerciales televisivos, comenzó a trabajar en un cortometraje animado basado en El Eternauta. Oesterheld estaba involucrado. Iba a tener una introducción con actores reales. Iba a ser una joya de la animación nacional. Pero no fue. Las dificultades económicas frenaron el proyecto. El corto quedó inconcluso, como tantas otras ilusiones de esa época.
Y sin embargo, algo del espíritu del Eternauta sigue avanzando. No importa si nieva o si hace calor. Juan Salvo camina. En las estatuas, en las paredes, en nuestra memoria.

Hay quienes dicen que las buenas historias no mueren. Que son como señales en medio de la tormenta. Tal vez por eso seguimos viendo a Salvo. Porque en un país que todavía lucha por justicia, por memoria, por verdad, ese hombre de traje blanco nos sigue señalando el camino.