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“Truco”, el arte argentino de mentir con dignidad

Con la ciudad empapelada por afiches del Eternauta, con las redes explotadas de análisis y teorías, y la gente hablando —casi todo el tiempo— del personaje de Orestes, de la nevada mortal, de la resistencia y el destino, la argentinidad ha vuelto a ponerse de moda. A debatirse, a googlearse, a masticarse en sobremesas. Y en medio de ese oleaje, inevitable, reaparece el truco.

Sí, el truco.

Porque la historieta —y ahora también la serie— nos atrapa desde el minuto cero con una escena de lo más sencilla y a la vez profundamente simbólica: cuatro tipos sentados en una mesa, jugando a las cartas, hablando de política, de trabajo, de lo cotidiano. Afuera, la amenaza invisible de una nevada tóxica comienza a caer. Pero adentro, todavía hay tiempo para mentirse con cariño, para desafiarse con un guiño, para decir “truco” con la firmeza de quien se juega la vida en una ronda.

¿Y qué tan relevante puede ser un simple juego de naipes en una nación?

Bastante. Porque el truco no es solo un entretenimiento: es una forma de pensarnos. Un espejo donde la argentinidad se ve sin maquillaje. El truco, como el tango, como el mate compartido, como los códigos del potrero, nos dice mucho más de lo que parece. Es un juego donde mentir está permitido, pero nunca traicionar. Donde la trampa no es delito, sino destreza. Donde el silencio puede gritar más que una palabra.

Nació lejos, en Asia, allá por el siglo XV. Viajó con los árabes a la península ibérica, cruzó el Atlántico escondido en los bolsillos de algún conquistador y se hizo criollo en las pulperías del virreinato. Acá cambió, como todo lo que llega y se vuelve propio. Acá aprendió a hablar en voz baja, a pasarse señas con los ojos, a levantar la ceja cuando aparece el As, a confiar en el compañero sin decir nada.

El truco puede jugarse de a dos, de a tres, de a cuatro o de a seis. Pero siempre —siempre— se juega con el cuerpo entero. No alcanza con tener buenas cartas: hay que saber mentir. Hay que saber mirar. Hay que saber callar. Porque el truco se juega también con los ojos, con una ceja que sube, con un gesto de labios, con una seña apenas disimulada detrás del mate. Porque sí: los compañeros se pueden pasar códigos secretos. Como espías de una película criolla.

Tradición: Como nació el truco argentino – El Chasqui Cultural

La jerga del truco es otro mundo en sí mismo: Envido, Real Envido, Falta Envido… Truco, Retruco, Vale Cuatro… Flor, Contra Flor al Resto. Cada palabra, un disparo en la boca del estómago si el rival no está preparado. Las cartas no siempre valen lo que parecen, y eso es una lección que se puede aplicar también a la vida.

Para el extranjero, el truco puede parecer inabordable. ¿Cómo se sabe qué carta vale más? ¿Por qué el dos es menos que el uno, y el tres más que el siete, salvo que sea de espadas o de basto? Pero hay una verdad sencilla: si te sentás a ver una partida —en una plaza, en un parque, en la mesa del bar más ruidoso del barrio—, seguramente alguien va a levantarse con una sonrisa y decirte: “¿Querés que te enseñe?”.

De árabes a criollos: la historia del truco, un juego eterno - Diario Hoy  En la noticia

Porque el truco, como el fútbol y el asado, no se explica del todo. Se vive. Se juega.

Tal vez no entiendas las reglas al principio —es probable que nadie te las sepa explicar del todo—, pero vas a intuir que hay algo más ahí: una dramaturgia mínima, una tensión deliciosa entre el orgullo y la astucia, entre la verdad y la farsa. Porque jugar al truco es una forma de ser. De afirmarse. De demostrar que uno puede estar perdiendo y, aun así, tener algo entre manos que haga temblar a cualquiera.

Como en la vida. Como en la historia. Como en El Eternauta.

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