Minutos después de que el cardenal Robert Prevost fuera anunciado como nuevo pontífice bajo el nombre de León XIV, el mundo católico fue testigo de su primer gesto simbólico: su vestimenta. Aunque para algunos pueda parecer un detalle menor, la forma en que el nuevo papa eligió presentarse ante los fieles marca una sutil pero clara inflexión respecto a su antecesor, Francisco.
Mientras que Jorge Bergoglio se había asomado al balcón en 2013 con la simple sotana blanca, sin capa ni estola ni ornamentos dorados, León XIV optó por lucir el atuendo completo, conforme al protocolo tradicional vaticano.
En su primera aparición pública, el nuevo papa vistió la sotana blanca de algodón, ajustada con una faja de seda muaré blanca con flecos dorados. Encima llevó un roquete de lino, y sobre él, la muceta roja, prenda que simboliza la autoridad papal y que Francisco decidió dejar de lado durante todo su papado.
El atuendo se completó con el solideo blanco, la clásica estola roja con bordado dorado, el anillo del pescador y una fuerte impronta ceremonial. No faltaron tampoco los guiños litúrgicos a la tradición: una estética que recuerda más a los pontificados pre-Francisco que a la línea austera de los últimos años.
León XIV eligió mostrarse en comunión con la historia, sí, pero también imprimió una mirada pastoral distinta, más ligada a la forma, al rito, a la tradición. ¿Qué nos dice esto? Que la nueva etapa de la Iglesia podría recuperar ciertos códigos visuales y simbólicos que habían quedado relegados en tiempos de reformas y despojo.
Más allá de las coincidencias doctrinales que puedan existir entre ambos pontífices, el lenguaje no verbal habló primero. Y en el Vaticano, la forma también es fondo.
¿Marca este atuendo el inicio de una nueva sensibilidad en el trono de Pedro? ¿Vuelve la solemnidad como expresión de liderazgo espiritual? Preguntas abiertas en una Iglesia que, una vez más, se encuentra ante el desafío de dialogar con el mundo sin perder su esencia.
