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Francisco y su último deseo: un adiós austero, como un servidor más

No quiso honores ni mármol, ni que lo miraran desde abajo.
Eligió la tierra antes que el mármol, la humildad antes que la historia. El papa Francisco, que tantas veces habló de vivir con sencillez, dejó escrito también cómo quería ser despedido: sin triple ataúd, sin catafalco elevado, sin símbolos que lo alejaran del pueblo que pastoreó. Quiso ser velado como cualquier hijo de la Iglesia, y así será.
En abril de 2024, firmó la reforma del ritual funerario papal, publicada después bajo el nombre Ordo Exsequiarum Romani Pontificis. Con ella, se desarmó un protocolo de siglos para dar lugar a una despedida más austera, más cercana. Según explicó el Vaticano, su intención fue que el último gesto del papa no hablara de poder, sino de fe. No de pompa, sino de testimonio.
A continuación, los tres momentos que marcarán el camino final del pontífice argentino.
Primera estación: su hogar
La noticia de su muerte no se selló en una oficina, ni en la habitación papal. Fue en la capilla privada de la residencia de Santa Marta, donde vivió desde el inicio de su pontificado, que se confirmó el fallecimiento. Ese gesto solo, ya hablaba: morir en la intimidad, no en los salones del trono.
A las 20:00 del lunes 21 de abril, el cardenal Kevin Farrell, en su rol de camarlengo, presidió el rito de certificación. Inmediatamente, el cuerpo fue colocado en un ataúd de zinc, que luego se guardó en uno de madera. Atrás quedaron los tres féretros de otras épocas (ciprés, plomo, roble). Francisco también simplificó eso. Menos forma, más fondo.
Segunda estación: sin escalas hasta San Pedro
En el nuevo esquema, ya no hay traslado previo al Palacio Apostólico. El ataúd irá directamente a la Basílica de San Pedro, donde se celebrará la misa exequial. El paso fue racionalizado: el cuerpo ya estará en el féretro cerrado cuando llegue a la basílica, evitando duplicar velatorios.

Durante la exposición, el féretro no estará elevado ni llevará el báculo papal. Una vez más, el mensaje es claro: menos jerarquía, más cercanía. En el libro El sucesor, Francisco había dicho que dos velorios le parecían innecesarios: “Uno solo, y con el papa ya en el ataúd, como hacen todas las familias”. Así lo pidió. Así será.
Tercera estación: descanso en la casa de María
El último gesto también fue suyo. El lugar elegido para su entierro no será la cripta de los papas en San Pedro, sino la Basílica de Santa María la Mayor, donde solía rezar al comenzar y terminar cada viaje apostólico. Allí, a los pies de la Virgen, pidió descansar.
Su testamento deja una imagen conmovedora: pidió que su tumba sea simple, sin decoraciones, apenas una inscripción: “Franciscus”. Sin más títulos. Sin más nombres.
Será el primer pontífice en más de cien años en no ser enterrado en San Pedro. Y no por rebeldía, sino por coherencia. Francisco eligió vivir sin lujos. Eligió morir sin honores. Eligió ser recordado no por cómo fue despedido, sino por cómo caminó entre los suyos.