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Lunfardo: la lengua de los que no tienen idioma

Nació en los patios húmedos de los conventillos, entre corchos de vino barato y radios que sonaban a tangos. El lunfardo no pidió permiso: se coló en las bocas de los inmigrantes que no compartían ni idioma ni destino. Fue el puente entre el tano, el gallego, el criollo y el negro. Fue rebusque, fue barrio, fue herida y caricia al mismo tiempo.
No tuvo cuna dorada ni bautismo académico: se hizo de a poco, con palabras robadas, reinventadas, torcidas. Fue la voz de los que no tenían voz. Fue código secreto y después patrimonio del alma popular. Y aunque nació en los márgenes, terminó colándose en el corazón del habla argentina.

Cada 5 de septiembre celebramos su existencia, su resistencia, su cadencia. Ese día de 1953, el escritor José Gobello publicó Lunfardía, el libro que dejó claro que esto no era solo jerga de malevos. Era identidad, era memoria, era cultura. Desde entonces, esa fecha se convirtió en el Día del Lunfardo.
El origen de la palabra lunfardo viene del término lombardo, gentilicio de una región italiana, que se convirtió —en una Buenos Aires prejuiciosa— en sinónimo de ladrón. El lunfardo fue primero marginalidad, pero terminó siendo pertenencia. El tango y el sainete lo llevaron al escenario. La calle, al aula. El tiempo, al diccionario.

Hoy se estima que existen cerca de 6 mil términos lunfardos, aunque el número es cambiante: algunos aparecen, otros se olvidan. La Academia Porteña del Lunfardo, presidida por la escritora y periodista Otilia Da Veiga, calcula que cada año nacen unas 70 nuevas palabras. Y muchas de ellas, sin que lo sepamos, ya forman parte de nuestro día a día: pibe, macana, chamuyo, laburo, mina, banquina, guita, trucho, chabón, gil.

“El lunfardo es un vocabulario que se asienta sobre la estructura gramatical del castellano —explica Da Veiga—, pero lo que lo hace novedoso es que no nació del castellano, sino de la mescolanza de las lenguas de la inmigración”. Una lengua del pueblo, que no necesita reglas para hacerse entender.
Y entonces aparece una pregunta: ¿por qué algunas palabras perduran y otras no? Según Da Veiga, “son términos vagabundos. Por eso tenemos que buscarle una filiación. Una filiación que haga posible, andando el tiempo, que un término determinado ingrese al diccionario de la Real Academia. La permanencia en el habla le da al vocablo esa posibilidad”.
Uno de los grandes expertos del tema es Oscar Conde, poeta, ensayista, doctor en Letras, autor del Diccionario etimológico del lunfardo y editor de la primera novela escrita en lunfardo: La muerte del Pibe Oscar. Para él, cada término tiene su raíz, su camino, su rebeldía. Y entender el lunfardo es también comprender la historia íntima del habla popular argentina.
El lunfardo no se enseña, se contagia. Se aprende en la calle, en la sobremesa, en una canción, en una puteada. Tiene ritmo de tango y alma de esquina. No distingue clases, ni géneros, ni títulos. Es de todos. Y como toda lengua viva, cambia, muta, se adapta.
Pero nunca muere. Porque mientras haya un chamuyo, un laburo o una mina que se nos meta en el corazón, el lunfardo seguirá ahí, como un eco de quienes supieron construir una patria con palabras prestadas.
Diccionario lunfardo:
- Afanar: robar. Del antiguo español popular.
- Biaba: paliza. Del italiano. Refería al alimento que se daba comer a los animales.
- Bondi: colectivo. Del brasileñismo “bond”, surge en Río de Janeiro en 1876 y su origen aludía al tranvía.
- Chabón: tipo. Del español. Fórmula de tratamiento innominada de llamar a alguien. Contracción de chambón, que refiere a una persona poco hábil.
- Changa: ocupación transitoria. Del español familiar, negocio de poca importancia.
- Chamuyar: conversación, habla. Del caló, hablar. Habilidad para persuadir.
- Facha: rostro. Del italiano “faccia”.
- Fiaca: desgano, pereza. Del italiano “fiacca”.
- Groso: importante, grande. Del portugués “grosso”. Surge en Brasil en la década de 1980.
- Guita: dinero, moneda. Del español popular.
- Laburo: trabajo. Del italiano “lavoro”.
- Malandra: delincuente, mal viviente . Del español “malandrín”.
- Matina: mañana. Del italiano “mattina”.
- Mina: mujer, chica. Del italiano jergal.
- Morfar: comer. Del italiano “morfa” (boca).
- Pibe: niño, joven. Del italiano genovés “pivetto”; también del italiano jergal “pivello”.
- Pilcha: ropa. Del araucano “pilcha” (arruga).
- Quía: persona. Del español “quídam”, que significa “sujeto indeterminado, alguien de poca monta”. Tomado del latín “quiddam”.
- Quilombo: lío, desorden. Africanismo. Del quimbundo: aldea. Se usaba en el Brasil del siglo XVII para darle nombre a las aldeas clandestinas que armaban los esclavos fugitivos. La palaba quilombo pasó al Río de la Plata primero con sentido de prostíbulo y luego como lío, desorden.
- Trucho: falso, falto de calidad. Del español “trucha” (persona astuta).
- Tuje: buena suerte. Del idish “tujes” (uno, cola humana).
- Yeca: experiencia. Vesre de la palabra española “calle”.
- Yuta: policía. Del italiano, forma contracta de “yusta”, y se trata de una rioplatenización de la palaba italiana “giusta”. La giusta en Italia es quien lleva la justicia.